Por luis vinker -
La distancia máxima del atletismo olímpico –los 42.195 metros del maratón- siempre estuvieron reservado a unos pocos “fans” o audaces.
En los últimos años, el “boom” del running acercó a miles (¿centenares de miles?) de personas a las carreras. Más allá de las cuestiones comerciales que rodean a ese fenómeno, y que son motivo de otros análisis, lo cierto es que creció en forma vertiginosa la cantidad de “cultores” de las carreras de larga distancia, y también de algunos “derivados”: pruebas de aventura, triatlón, montaña.
La distancia máxima del atletismo olímpico –los 42.195 metros del maratón- siempre estuvieron reservado a unos pocos “fans” o audaces. Así fue hasta comienzos de la década del 80, cuando cada vez más se animaron a intentar esa distancia.
Y el maratón de Buenos Aires, que se corre el segundo domingo de cada octubre, es una síntesis de ese crecimiento, ya que su reciente edición tuvo más de diez mil participantes.
Pero esa expansión fue en línea opuesta a la calidad de los corredores de “elite”.
Recordemos: el maratón es una especialidad que le dio al atletismo argentino sus dos medallas doradas olímpicas (Juan Carlos Zabala en 1932, Delfo Cabrera en 1948) y otra medalla de plata (Reinaldo Gorno en 1952), además de un noveno lugar (Osvaldo Suárez en 1960).
A partir de allí vino una declinación, en parte por cuestiones propias de este deporte en la Argentina y en parte por la expansión mundial, básicamente africana.
Lo cierto es que, en cuánto a maratonistas de elite, fueron quedando muy pocos, en especial desde que Antonio Silio –el único que pudo correr por debajo de las 2 horas y 10 minutos, hace ya dos décadas- se alejara de la actividad. Inclusive a nivel sudamericano, el nivel argentino había retrocedido considerablemente.
Este 2015 ha insinuado un repunte. Y no sería extraño que para la cita olímpica de Rio 2016 (tan cercana en el tiempo, tan cercana en la geografía) contemos con tres argentinos en la línea de partida. Con estar allí, simplemente, habrán cumplido.
Luis Ariel Molina, oriundo de Chascomús y residente en Lobos, acaba de lucir en el maratón porteño con sus 2 horas, 15 minutos y 22 segundos, que lo habilitan a la cita olímpica.
Meses antes, el “Colo” Mariano Mastromarino, de Mar del Plata, había sorprendido con su medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Toronto, el primer podio de un maratonista argentino en esa cita desde la época de Cabrera-Gorno (1951). Y Mastromarino ahora está preparando su propio “asalto” a la mínima olímpica.
También lo hace otro bonaerense, pero de Bragado, Miguel Angel Bárzola, quien lleva una década residiendo en España y que ya participó en los Juegos de Londres. Entre las damas, también María de los Angeles Peralta ha logrado la mínima con su mejor registro personal de 2h.37m.57s durante el maratón de Berlin y varias de sus “colegas” tratarán de imitarla.
En el caso del maratón, la Confederación Atlética de nuestro país ha fijado marcas mínimas algo más exigentes que la Federación Internacional (IAAF), para que estén en línea con el resto de las especialidades de pista y campo, donde dichas marcas son muy duras.
Estos corredores que hoy conforman nuestra “elite” son de estilos y trayectorias distintas pero tienen, en común, una pasión atlética y una preparación seria que les ha dado semejante nivel. Esa pasión les permite obviar, en parte, una precariedad de medios, una distancia sideral con los grandes centros atléticos.
El deseo es que se les cumpla, a cada uno, su sueño de Rio 2016. Serán los estandartes para todos los que corren, simplemente por el placer de hacerlo. Y también para que el futuro nos ofrezca otras generaciones que conozcan de aquellas glorias.
-ADN de Atletas-